Dios me llamó… pero esto no se ve como esperaba.

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Dios me llamó… pero esto no se ve como esperaba.

 

Dios me llamó… pero esto no se ve como esperaba

Cuando Dios me llamó, lo supe.
Lo sentí. Lo creí.
Mi corazón ardía. Mis sueños se aceleraron. Mi visión se expandió.

Pero luego… vino la realidad.
Y no se parecía nada a lo que yo había imaginado.

Pensé que el llamado vendría con puertas abiertas, reconocimiento, favor evidente, caminos rectos.
Pero lo que encontré fueron puertas cerradas, temporadas de anonimato, oraciones sin respuesta inmediata, y muchos caminos torcidos que no sabía cómo enderezar.

Y es ahí donde empieza la lucha interna.
¿Realmente me llamó Dios?
¿Esto es parte del plan o me equivoqué de camino?
¿Por qué se siente tan difícil si Él fue quien me envió?

Es en esas preguntas donde descubrimos que muchas veces no es el llamado lo que está equivocado… sino nuestras expectativas sobre cómo debía verse.

Dios nunca prometió que su llamado se alinearían con nuestros sueños.
Prometió que su propósito se cumpliría.

Porque el llamado de Dios no es una invitación a cumplir mis planes con su ayuda.
Es una invitación a morir a mis planes para abrazar su propósito eterno.

Y ese propósito es más grande que mi éxito personal, más profundo que mis emociones, más eterno que cualquier escenario que pueda pisar.
Ese propósito se resume en una palabra: gloria.

“A todos los llamados de mi nombre, para gloria mía los formé, los hice y los cree.” (Isaías 43:7)

Dios no nos llamó para elevarnos a nosotros, sino para exaltarse a sí mismo a través de nosotros.
Y muchas veces, eso implicará que el camino no se parezca en nada a lo que imaginamos.
Pero justo ahí, en ese terreno donde no todo es color de rosa, Él nos forma.

Nos hace pasar por lugares incómodos, no para herirnos, sino para moldearnos.
Nos aleja de lo que queríamos, para acercarnos a lo que necesitamos.
Y nos permite atravesar decepciones, para recordarnos que su gloria vale más que nuestra realización personal.

No es casualidad que Romanos 8 diga que a los que Él llamó, también los justificó, y a los que justificó, también los glorificó…
¿Y para qué?

“…para que sean hechos conformes a la imagen de su Hijo.” (Romanos 8:29)

El objetivo final del llamado no es nuestra comodidad… es nuestra transformación.
Ser como Jesús.
No solo en lo externo. No solo en ministerio. Sino en carácter. En entrega. En obediencia.

Jesús mismo fue llamado.
Y aún así, su camino lo llevó a un pesebre, al rechazo, al desierto, al Getsemaní… y finalmente a la cruz.
No fue cómodo. No fue glamoroso. Pero fue glorioso.
Y gracias a su obediencia, tú y yo hoy estamos aquí.

Así que si hoy te encuentras en una etapa del llamado que no se ve como esperabas…
No lo descartes.
No te bajes.
No lo abandones.

Quizá no se ve como tú pensaste.
Pero se ve exactamente como Dios lo planeó.

Él no se equivocó al llamarte.
Solo está escribiendo una historia que, aunque hoy te cueste entender, mañana dará gloria a su nombre.